■ EU: muerte del hombre blanco unipolar

Alfredo Jalife-Rahme

La demografía representa uno de los principales constituyentes de la democracia numérica. Si Estados Unidos (EU) no sucumbe a la aventura fascista y/o al apartheid de su minoría plutocrática, su nueva democracia generacional está ya marcada por la recomposición demográfica en los próximos 40 años: el ascenso de la hibridación multicultural.

La elección del mulato hawaiano Barack Obama (Barack proviene del árabe baraca que significa “bendito”) representa el inicio de una revolución democrática pacífica y multirracial, pero sustentada en el cambio demográfico cuando el segmento juvenil de los 18 a los 29 años se volcó por su candidatura, mientras el segmento de la tercera edad, en su mayoría monorracial wasp (blanco-anglosajón-protestante) votó por McCain que significa, en idioma escocés, el “hijo de Caín”.

Se trata de “un nuevo EU” que rompe radicalmente con el “viejo EU” decimonónico (cuando 85 por ciento de la población era wasp), en espera de la principal mayoría étnica que será latina y de preponderancia mexicana.

En las dos anteriores elecciones, el diferencial del voto popular había sido mínimo, mientras el sufragio del colegio electoral había sido apretadamente controvertido, lo cual benefició al Partido Republicano y a su base fundamentalista evangelista, apuntalado tanto por la perversidad electorera de Karl Rove (el íntimo asesor de Baby Bush) como por los neoconservadores straussianos.

Más allá de lo aplastante de los votos electorales en favor del hawaiano mulato Obama, su distribución geográfica es dramática: las dos costas cosmopolitas al Oeste y al Este son demócratas, con la mínima excepción en el lado oriental de los estados de Carolina del Sur y Georgia. La región de los Grandes Lagos y la frontera con Canadá (con la exigua excepción de Montana y Dakota del Norte) son también demócratas, mientras el Partido Republicano y su base fundamentalista evangelista queda aislada en el centro y en el sur donde se detectan dos fracturas tectónicas de la nueva demografía en Carolina del Sur y Misuri, considerando que Obama arrancó nueve estados que habían votado en la elección anterior por Baby Bush.

De los cuatro candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia cabe resaltar que la más joven era la pistolera petrolera Sarah Palin (44 años), tres años menor que Obama; el mayor de edad fue el blanco panameño e “hijo de Caín” (72 años). El vicepresidente electo Joe Biden, de 66, es el único católico de los cuatro. No bastaba ser joven (el caso de la pistolera petrolera Palin), para atraer en forma aplastante al segmento juvenil de 18 a 29 años que en su amplio espectro racial (blancos, negros, latinos, asiáticos y judíos) se volcó por el candidato multicultural Obama.

El voto mexicano y, por extensión, el sufragio latino, prácticamente dio casi la tercera parte de los votos del colegio electoral al mulato Obama con el predominio en California (55 votos), Nueva York (31), Florida (27), Colorado (9) y Nuevo México (5). La frontera de EU con México votó mayoritariamente por Obama, con la notable excepción de Texas (34 votos), donde no todo está perdido, ya que el voto mexicano y latino constituirá la futura mayoría debido al sufragio de los hijos de los migrantes en la próxima generación. Tal vuelco demográfico en Texas aislará aún más al reducto fundamentalista evangelista de los wasp en el centro y sur de EU.

Edward Luce (The Financial Times, 5/11/08) exhibe que “cada generación” posee su propio distintivo en la elección presidencial, como sucedió en 1968, “cuando Richard Nixon explotó en forma exitosa el resentimiento blanco por el apoyo de Lyndon Johnson a la Enmienda de Derechos Civiles que puso fin al dominio de 150 años del Partido Demócrata en el sur”. La “estrategia sureña” es la “invocación racial encubierta a la clase trabajadora alienada de blancos” (los “demócratas de Reagan”, es decir, aquellos demócratas que votaron por el ex presidente republicano) que ayudaron al “éxito del Partido Republicano en siete de las pasadas 10 elecciones presidenciales”. A juicio de Luce, Obama liquidó la “estrategia sureña”.

El giro demográfico ha sido dramático y no es justipreciado por el diferencial de 5 por ciento del voto popular, ya que los grupos de mayor crecimiento etnodemográfico votaron dos a uno en favor del mulato hawaiano Obama. Desde Johnson, en 1964, ningún candidato Demócrata había obtenido 44 por ciento del voto blanco, como sucedió ahora con Obama, cuando tampoco se puede exagerar el voto aplastante de los negros que constituyen 13 por ciento de todo el electorado.

Luce destaca el “significativo surgimiento de los latinos” que se volcaron en favor del Partido Demócrata en la elección presidencial y del Congreso, lo cual se epitomizó en Florida, donde “Obama obtuvo 57 por ciento del voto latino, que incluyó la mayoría de la segunda generación de cubanos” que se alejó del Partido Republicano debido a su xenofobia antinmigrante.

James Carville, encuestador estrella de los demócratas, aduce que “una nueva generación transformó la política en EU”, y recalca que el Partido Republicano no solamente perdió las elecciones de la presidencia y el Congreso, sino, sobre todo, a “una entera generación de votantes”, cuando el “triunvirato Bush-Cheney-Rove alienó una extensa mayoría de jóvenes votantes con sus guerras culturales”. A juicio de Carville, este nuevo bloque demográfico juvenil y multicultural hará prevalecer el dominio del Partido Demócrata en los siguientes 40 años, y que se reflejó en la votación de solamente 32 por ciento de los votantes menores de 30 años en favor del “hijo de Caín”.

Carville afirma que en la política presidencial de EU el dominio partidista es “cíclico”, como se desprende de los periodos de 1896 a 1932, luego de 1932 a 1968 y ahora de 1968 a 2008: “el dominio republicano prevaleció los pasados 40 años” (con la excepción de cuatro años para Jimmy Carter y ocho para Bill Clinton, curiosamente, ambos ex gobernadores del sur), cuando expresó la reacción al dominio de los demócratas en la década de los sesenta, y que “estaba arraigado en el poder del voto masculino blanco”.

Ahora el voto masculino blanco ha disminuido, mientras el voto de los otros grupos etnodemográficos se ha incrementado en forma asombrosa.

Concluye que pocas elecciones como las recientes tienen “resonante y duradero impacto en el paisaje político”, cuando el “Partido Republicano, en su más bajo nivel de popularidad, perdió una generación de votantes”, mientras “una nueva mayoría de demócratas ha emergido con los votantes jóvenes a su cabeza” que representan la “mayoría que continuará a gobernar 40 años más”.

Murió el hombre blanco unipolar. ¡Viva el nuevo hombre multicultural!

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