Apunte sobre la monarquía



Apunte sobre la Monarquía

En algún momento de la historia, todos creían que algo estaba bien. Pero unos cuantos creyeron lo contrario y empezaron una revolución, a pesar de ser satanizados en un inicio. Ah, sí, eso que los primeros creían que estaba bien se llamaba monarquía.
Tengo que explicarlo mejor. Hubo un día en que la monarquía era el gobierno aceptado por todos. La mayor parte de la gente pensaba que no había gran problema con semejante sistema. De veras. Caminaban por ahí, arando su tierra —que no les pertenecía—, trabajando el campo en jornadas larguísimas; no ganaban mucho dinero; de hecho, vivían en condiciones precarias y no era un trabajo muy agradable, pero había que hacerlo, con tal de sobrevivir a las espadas de los caballeros que quemaban tu casa si no apoyabas pagando impuestos. Era de lo más normal, se los juro. ¡Todos lo hacían! Y de pronto, un pequeño grupo de personas decidió que no, que ese sistema no funcionaba. Primero los llamaban locos, obviamente. Los perseguían; a veces, de vez en cuando, —y quizá por errores burocráticos—, los colgaban. Sí, ¡los mataban! Les podrían haber disparado, pero, saben, en esos tiempos todavía no era tan fácil conseguir pistolas y metralletas y rifles con mira de francotirador. Así que, por cuestiones prácticas, de economía prudente —los monarcas eran grandes economistas—, usaban cuerdas atadas alrededor del cuello. Y por momentos, las cosas volvían a la normalidad: todos seguían trabajando la tierra, viviendo y dejando vivir, sin quejarse o mostrarse inconformes.
Resulta que después de un tiempo, mucho tiempo, otras cuantas personas dijeron que no, que no importaba el peligro de muerte, que esa no era manera de vivir, y, a pesar del riesgo, era más importante seguir la lucha. Varios de los habitantes los criticaban, les decían cosas como: “¡no, qué ganas de afectarnos, harán que vengan los soldados del rey a quemar nuestra villa!”, “¡No se puede hacer nada para cambiar las cosas, sólo lograrán que nos repriman!”, “¡El cambio empieza con uno mismo, para que andan de revoltosos!”, “¡Pónganse a trabajar su tierra carajo, que no ven que hay que pagarle impuestos al rey!”; en fin, reclamos por el estilo. Pero los insurrectos, haciendo oídos sordos, creyendo que lo imposible era posible, soñando, soñando muchísimo, decidieron continuar.
Y de repente, cuando nadie lo esperaba, ya todo el país estaba en las calles gritando: ¡Abajo la monarquía!

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